“Lo
normal no es un promedio correlativo de un concepto social, no es un juicio de
realidad, sino un juicio de valor, una noción límite […]”
Georges
Canguilhem
El objetivo del presente es
otorgarle un lugar de reflexión a la cuestión de la normalidad en el dominio
del saber psicológico. Para ello, se hará una exploración del concepto desde el
saber cotidiano hasta el científico, bajo la orientación principal de tres
autores guía: Georges Canguilhem, Jacques Lacan y Michel Foucault.
El diccionario de la Real Academia
Española define a la palabra normal de la siguiente manera:
(Del lat. normālis).
1. adj. Dicho de una cosa: Que se
halla en su estado natural.
2. adj. Que sirve de norma o
regla.
Si
bien las acepciones del diccionario nos muestran lo intuitivo del concepto,
señala dos aspectos que estudia Canguilhem. Esto lo veremos adelante.
Una suerte de obstáculo epistemológico
aparece cuando se confunde el adjetivo usado en la vida cotidiana con la
cuestión de la normalidad en psicología y psiquiatría. Los psicólogos estamos
llamados constantemente a dar una opinión acerca de lo normal o lo patológico
de una amplia variedad de fenómenos. Es por eso que es preciso captar de
entrada el carácter ficcional del concepto en tanto construcción colectiva. A
pesar de la especificidad y complejidad de los estudios relativos a los
neurotransmisores, la concepción de lo normal y lo patológico reside en otro
lado, un terreno imposible de estudiar a través de las lentes de un
microscopio.
Claude
Bernard y Auguste Comte se habían propuesto, en el siglo XIX, definir a lo
patológico desde una perspectiva naturalista, enfatizando las alteraciones de
lo normal para definir a lo anormal, sin aclarar específicamente a que se
referían con “lo normal” más allá del criterio estadístico.
En el siglo XX las elucubraciones
acerca de la enfermedad como constructo teórico lejos de verse aumentadas, se
vieron disminuidas.
Uno
de los aportes fundamentales llegó en 1956 de la mano de Georges Canguilhem con
“Le normal et le pathologique” (“Lo
normal y lo patológico”). El autor se propuso mostrar las dos caras del
concepto de “normal”; por un lado, la cuestión fáctica, cómo aquello que se vuelve a hallar
en la mayoría de los casos de una especie específica, o aquello que constituye
el promedio esperable. Esta sería la primera acepción del diccionario. Por el
otro lado estaría la cuestión de la aproximación a lo óptimo, es decir lo que
“debe ser”, lo que sirve de norma, como señala la segunda definición.
El
equívoco que señala Canguilhem es que esas concepciones de lo normal se mezclan
haciendo de los hechos, hechos valorativos ("un valor que el que habla atribuye a ese hecho, en virtud de un juicio
de apreciación que asume"). Entonces en esta concepción dual entra por
la puerta trasera una interpretación camuflada.
El
principal aporte de este autor radica en haber mostrado la inexistencia de un
hecho normal (o patológico) per se, sino que “las anomalías no son en sí patológicas, son sólo variantes que expresan
otras normas de vida; si esas normas son inferiores, en cuanto a estabilidad,
fecundidad y variabilidad con respecto a las normas consideradas normales,
entonces se las denominará patológicas”.
Desde
Canguilhem lo anormal no será sinónimo entonces de patológico, ni será
entendido como “sin norma”, sino como una norma alternativa, paralela,
diferente, pero normativa al fin.
Junto con los
textos del ciclo lectivo de 1974 dictados por Michel Foucault en la cátedra que
tenía bajo su cargo “Historia de los sistemas de pensamiento”, se encuentra el brillante
trabajo genealógico en el que trata la cuestión de “los anormales”.
A
partir del análisis de trabajos psiquiátricos antiquísimos logra dilucidar que
la noción de “anormal” no tiene un origen unívoco ni es producto de una
construcción lineal, sino que es producto de una múltiple vertiente histórica.
Los personajes que reúne el autor francés para esta genealogía, son tres: el monstruo
humano, el individuo por corregir, y el onanista.
En
la Antigüedad el monstruo era aquel ente intermedio entre una bestia y un ser
humano. El mismo traía aparejado dificultades para el aparato legal, por la
circunstancia de no poder definir su naturaleza, además de otras cuestiones
morales también discutibles (Si un siamés comete un crimen, ¿se le puede ejecutar a él conjuntamente
con su hermano? ¿Se puede bautizar a un
hombre mitad hombre-mitad bestia?).
Al
respecto de este punto piénsese en las dificultades conceptuales de ciertos
casos en la actualidad. ¿Son los niños ferales seres humanos? La respuesta a
esta pregunta compete una respuesta a la pregunta por el ser que es compleja
por definición.
Con
respecto al individuo por corregir, Foucault nos muestra como esta nueva
categoría es producto de determinadas estructuras y técnicas de disciplinamiento
creadas alrededor del siglo XVIII, a saber las técnicas de "domesticación
del cuerpo" de las escuelas, el ejército, como así también de las
primarias normativas familiares.
Al
presentar la figura del onanista, consigna a los absurdos diagnósticos que
se realizaban (durante el siglo XVIII) de determinadas enfermedades por parte de
médicos de Europa Occidental, que atribuían a la masturbación su etiopatología.
Foucault explica “la cruzada contra la
masturbación traduce el ordenamiento de la familia restringida como un
nuevo aparato de saber – poder”, ante el novedoso tratamiento a llevar a
cabo para impedir, los padres, practicas onanistas a sus pequeños, siempre bajo
la supervisión de un médico.
Entonces
“ese personaje incapaz de asimilarse, que
ama el desorden y comente actos que pueden llegar hasta el crimen” nace
como una conjunción de las figuras antes mencionadas. Foucault observa que al
mismo tiempo que se desarrollaba la psiquiatría, pretendía transformarse en el
juez que evite la aparición de estos anormales. Existe una relación inalienable
entre el poder y el saber. Piénsese en los modelos periciales actuales. ¿Se
mezcla o no la jurisprudencia con el saber psiquiátrico?
Asimismo,
estos personajes descriptos no llegaron a confundirse en uno repentinamente,
sino que prescribieron las bases para los primeros desarrollos teóricos
respectivos a cada uno de ellos. El estudio del monstruo se transformó en
embriología, el del individuo por corregir se convirtió en una fisiología
de las sensaciones, y del onanista, los primeros estudios acerca de la
sexualidad psicopatológica.
El
autor dice, magistralmente: “Al hacer hoy al médico la pregunta
verdaderamente insensata: ¿este individuo es peligroso? los tribunales
prolongan, a través de las transformaciones que se trata de analizar, los
equívocos de los viejos monstruos seculares”.
En
“La vida de los hombres infames” comienza aclarando ese pertinencia que expresa
la pregunta “¿es esto normal o no?”. Observa Foucault que poder distinguir entre lo normal y lo
patológico conlleva el poder para separar lo desviado de lo no desviado.
Síntoma como expresión de lo patológico
No
debiera olvidarse la diferencia radical existente entre la definición del
síntoma psiquiátrico (y el psicológico derivado) y la del psicoanálisis. En medicina el síntoma es un fenómeno anómalo que se
juzga patológico y, en consecuencia, extirpable para el logro de la
bienaventurada normalidad. En psicoanálisis el síntoma jamás podrá ser
accidental, sino que decimos, desde la letra freudiana que “tiene un sentido” y
desde Lacan, que se trata de “un significante de un significado reprimido”,
posible de encontrar en la palabra del sujeto.
Al respecto de esto se entiende
al psicoanálisis como reverso de la política en tanto recorre el camino
contrario, no de la norma a la adecuación sino de la repercusión en el cuerpo
de la inscripción en el lenguaje, imposible de generalizar.
La noción de síntoma en psicoanálisis no es sin obstáculo. Pueden
nacer equívocos si se recorre la obra de Freud sin la advertencia de que los
conceptos se van modificando y redefiniendo. Un claro ejemplo de esto último es
la definición de la angustia como síntoma y la afirmación (no simultánea) de
que “Toda formación de un síntoma se forma para escapar de la angustia”. Es
evidente una circularidad en las definiciones que torna ininteligible al
concepto que nos ocupa, repito, si es que no está advertido de las
redefiniciones que mencionadas anteriormente, puesto que no es lo mismo tomar
al síntoma de 1906 que al síntoma de 1926, y mucho menos al
comenzar a indagar la obra de Jacques Lacan, quien logra una definición del
síntoma como la relación del sujeto con su goce.
El síntoma es una solución en sí misma y extirpar esa solución que el
sujeto intenta, acarrea consecuencias para nada leves. Si el tratamiento
cognitivo comportamental de la fobia pretende erradicarla a través de ejercicios
similares a los de una rata en un laberinto, resulta una experiencia análoga al
impedimento de la cicatrización por considerarla patológica.
Las experiencias del
psicoanálisis muestran cómo los síntomas son modos de hacer frente a la
exigencia de normalidad. Singularidades consecuentes del intento
homogeneizador. Entiéndase por
“exigencia de normalidad” al concepto
aquel en el que fundamenta sus prácticas curativas el paradigma de la
salud mental: las expectativas a las que los sujetos responden haciendo síntoma.
Desde Lacan no existe posición alguna que pueda llamarse “normal”.
Haciendo estadística se puede volver a la primera acepción del diccionario para
referir a la neurosis como la estructura normal por mayoría estadística. Pero
¿basta con la norma estadística? La neurosis – así como la psicosis y la
perversión - se refiere a una estructura clínica, al posicionamiento del hombre
en el lenguaje más que a un listado de síntomas.
Las estructuras son inmodificables e “incurables” puesto que no son
enfermedades, esto debe quedar en claro. No son, repito, “sin norma” sino
normalidades alternativas, todas las estructuras consecuencias del encuentro
entre el cachorro humano y la ley sugerida por el Otro. A este respecto ¿son
los niños ferales psicóticos quienes ni siquiera tuvieron la chance de observar
alguna ley? (he aquí las dificultades conceptuales referidas anteriormente)
El hecho de tener pensada la
cuestión de la normalidad y la patología en el campo de saber que nos compete
es fundamental. Y es una cuestión que sólo puede dilucidarse con espacios de
diálogo cuyas pretensiones no sean las de domesticar la realidad gracias a una
suerte de integración final, pues estos intentos serían vanos, se sustituiría
un modelo que no incorpora la falta por otro de similares características. La
definición de lo normal no es sólo es un instrumento teórico, sino una guía, un
modelo, un concepto tutor a la hora de pensar el diagnóstico. Resulta preciso
procurar no repetir reduccionismos naturalistas del siglo XIX. ¿No se repite
esa exigencia cuando se pretende un señalamiento diagnóstico codificado que
pueda expresar en un renglón la mismísima
naturaleza humana?
por Mario Lavaisse, psicoanalista practicante miembro del C.I.D. Santiago del Estero