> Psicoanálisis sin diván (de Irene Greiser). * Por Silvia Ons



Tanto Freud como Lacan anhelaban que el psicoanálisis se inscribiese en la cultura y nunca limitaron el poder de la interpretación al ámbito privado del consultorio. Freud analizó la cultura de su época y su malestar, ahondó en textos literarios  y en creaciones pictóricas y escultóricas, indagó sobre el fenómeno de masas. Deseó para el psicoanálisis un porvenir, en el que tuviese una incidencia en lo social, que sobrepasase su lugar como tratamiento curativo de las neurosis. En 1926  marcó especialmente la distinción entre el psicoanálisis terapéutico y el psicoanálisis como ciencia, temía que su hallazgo quedara reducido a ser una  técnica mas, entre aquellas que alivian del sufrimiento. Deseaba, en definitiva, que su descubrimiento pudiese  afirmarse como una lectura de la civilización, que trazase su marca en ella. Lacan se interesó de entrada, no solo por la subjetividad de su época, sino por los discursos asentados en la cultura que interpeló y que leyó analíticamente. A diferencia de Freud, se encuentran en Lacan más interpretaciones dirigidas a estos discursos, que aquellas referidas a sus  propios pacientes. La lista de convocados es interminable: filosofía, literatura, política, ciencia y  los propios analistas  puestos en el banquillo.
            
 El libro de Irene Greiser se inscribe en esta tradición agregándole a esa lista la importancia de que el campo jurídico pueda ser interpelado, su propósito es también  el de lograr que el psicoanálisis pueda incidir en los organismos  sociales y educativos, gubernamentales y no gubernamentales. Capítulo por capítulo muestra de qué manera se inserta el trabajo analítico en las instituciones, necesitadas como nunca de esta labor por la pérdida  de brújula que caracteriza al malestar contemporáneo. Explora especialmente aquellas vinculadas con el campo del delito, la violencia, la criminalidad, el desamparo, la marginalidad. Analiza de qué manera en estos campos no solo el sujeto y su singularidad permanecen excluidos sino que los mismos analistas se desdibujan frente a las demandas impuestas por tales dispositivos. Greiser rastrea cuáles son los obstáculos para el advenimiento del acto jurídico y del acto analítico. La ideología de los derechos humanos, junto con la importancia creciente de las evaluaciones coadyuvan como  impedimentos para una ética que contemple la singularidad. No se refiere a los derechos humanos en si mismos-de tanta importancia para la humanidad- sino la ideología, que hace que ellos se expandan usándose como justificación para todo, de manera ubicua. Tal ideología, pone el acento en el ciudadano que aparece  como individuo universal  en beneficio de una omniabarcante e indiscriminada igualdad. Así, paradójicamente-dice la autora en el “para todos” universalizante de los derechos humanos, tan afín a la democracia,  enuncia para todos lo mismo y en ese punto, encuentra semejanza con el pensamiento único de los totalitarismos. Pero también hay que pensar a la evaluación como ideología que  intenta mimetizarse con las ciencias duras. Vale recordar el imperativo galileano: “Hay que medir todo lo que es medible y hacer medible lo que no lo es”. Si tal consigna se ha extendido tan ampliamente en otros campos es-como bien dice Miller- por expresar algo muy profundo, una  mutación ontológica, una  transformación de nuestra relación con el ser.  Imposible no evocar aquello preanunciado por Heidegger.

Greiser se afana en hacer valer la causa analítica,  apuntando a la singularidad del sujeto, elidido en abstracciones y protocolos de la falsa ciencia. Pero ello no equivale a hacer un psicoanálisis, sino a poder circunscribir, por ejemplo la especificidad de la relación del sujeto con el delito. Los que hemos supervisado pericias judiciales sabemos cómo  en estas no se tiene en cuenta tal peculiaridad, que es en realidad lo único-dice Greiser- que debe interesarle al juez. La autora desbroza con lucidez la impotencia de los protocolos y de las evaluaciones para dar cuenta de lo más verídico de las demandas institucionales. En las pericias judiciales abundan descripciones de  mecanismos de defensa y diagnósticos de personalidad tabulados por el DSM que dejan perplejos e insatisfechos  a los jueces ya que nada dicen de la particularidad del caso. Tampoco se trata, explica la autora de rastrear en los detalles de la historia infantil ni de entrar en un rol detectivesco muchas veces solicitado. Este último es a veces pedido por el propio juez, frente a  propia posición vivida en ocasiones con angustia, ya que  sabe que su veredicto puede determinar la vida del acusado.  Greiser se interna en aspectos pocos explorados  relativos a las cuestiones criminológicas, al cruce del psicoanálisis con otros saberes y a las problemáticas institucionales. Una interesante casuística ilustra la eficacia de la intervención analítica y su alcance subversivo, aún, fuera del consultorio.   El libro es de sumo interés, no solo para aquellos que trabajan como analistas en estos ámbitos, sino para aquellos que advierten que el psicoanálisis en extensión es fundamental para su supervivencia.
Silvia Ons